Horror invisible: el horla

Por Tania Sabugal

Henry René Albert Guy de Maupassant, autor del relato “El horla”, nació en Francia el 5 de agosto de 1850 y murió en París el 6 de julio de 1893.

Existen tres versiones de “El horla”, todas escritas por Maupassant. Con diferente estilo narrativo, pero con el mismo argumento esencial. Esta historia se presentó por primera vez como parte de un cuento titulado “Carta de un loco” publicado el 17 de febrero de 1885 en el diario Gil Blas bajo un pseudónimo. Otra versión de este relato se publicó en 1886 narrada en tercera persona por el médico que atiende al protagonista. Y la última versión se publicó en 1887 ya en la forma de un diario escrito por el narrador.  La tercera versión, que es la que abordamos en Relatos del Lado Oscuro, es más extensa que las anteriores y es la más conocida. A diferencia de las primeras, en ésta se incluyen escenas como la sesión de mesmerismo en París y el terrible final que ocurre en la mansión.

En “El horla”, Guy de Maupassant presenta de forma profunda, sutil y real un suceso extraordinario ocurrido en la vida cotidiana de un hombre. Se considera realista porque es narrado por la persona que lo experimenta y porque se refiere a un misterio que ocurre en la naturaleza. Pero de esta historia, se destaca que lo único que existe es lo subjetivo, es decir, la experiencia personal, la percepción particular que alguien tiene de lo que ocurre a su alrededor. No importa tanto el acontecimiento objetivo, sino la vivencia que se tiene del mismo.

Además, el misterio del argumento no está relacionado con la aparición de fantasmas, sino que está en lo insólito, en la presencia inesperada de un ser invisible y desconocido, que entra en la vida del protagonista afectándola de forma poderosa, poniendo en riesgo su estabilidad emocional y su salud mental.

El relato “El horla” es precursor de un horror que no puede percibirse por medio de los sentidos tradicionales, pero que sí puede experimentarse y que tiene graves consecuencias incluso relacionadas con la concepción que tiene el ser humano acerca del mundo, del orden y de la realidad.

La influencia del argumento planteado en “El horla” puede reconocerse en los relatos “La cosa maldita” de Ambrose Bierce y “El color que cayó del cielo” de H.P. Lovecraft.

El relato “El horla” también ha sido adaptado para el cine en la película “Diario de un loco” de 1963 y en la cinta francesa “Le horla” de 1966.

Diversas interpretaciones

De acuerdo a la crítica, “El horla” es uno de los mejores relatos de Maupassant.

Este relato puede interpretarse de diversas maneras; hay quienes lo incluyen entre los relatos sobre vampirismo porque presenta a un ser que se apodera de la vitalidad de otro, drenando su ánimo y su energía. Y ya que esto ocurre principalmente mientras el protagonista duerme, se asemeja a un súcubo o a un íncubo. Es decir, a una entidad demoniaca de carácter sexual que, de acuerdo con las leyendas medievales, paraliza y asfixia a su víctima mientras le produce terribles pesadillas.

Un ejemplo visual de estos seres se puede encontrar en el óleo titulado “Pesadilla” del pintor suizo Henry Fuseli de 1781. En él puede verse a un pequeño y robusto ser monstruoso sentado sobre el pecho de una mujer dormida. La escena es contemplada por un caballo negro cuya cabeza se asoma entre las cortinas del lecho. El mismo Fuseli pintó otras tres versiones de esta escena tan inquietante, con elementos ocultistas, de terror y de erotismo incluidos.

Un ejemplo visual de estos seres se puede encontrar en el óleo titulado “Pesadilla” del pintor suizo Henry Fuseli de 1781. En él puede verse a un pequeño y robusto ser monstruoso sentado sobre el pecho de una mujer dormida. La escena es contemplada por un caballo negro cuya cabeza se asoma entre las cortinas del lecho. El mismo Fuseli pintó otras tres versiones de esta escena tan inquietante, con elementos ocultistas, de terror y de erotismo incluidos.

Aquí cabe mencionar que la palabra pesadilla en inglés (nightmare), deriva de la palabra “mara”, que, en la mitología nórdica, se refería a un espíritu que atormentaba a las personas mientras dormían causándoles parálisis o terrores nocturnos. En la mitología islandesa estos seres también se consideraban como jinetes que cabalgaban en la noche, de ahí la creencia de que se sentaran encima de sus víctimas mientras se encontraban indefensas cuando dormían.

También hay muchas personas que ven en “El horla” el antecedente más claro del terror cósmico de los mitos del Cthulhu de Lovecraft. E interpretan al extraño ser invisible como un extraterrestre, debido a que sus características desafían el conocimiento actual que se tiene acerca de la materia y de su comportamiento; además de que posee capacidades sobrenaturales que le permiten dominar la mente y las emociones del ser humano y quizá causar su aniquilación.

Por otra parte, “El horla” también ha sido incluido entre los relatos que abordan el tema del doble o doppelgänger, a través de la posesión o el desdoblamiento que sufre el protagonista debido a la locura. En este sentido, el ente invisible sería una proyección de los miedos o sentimientos reprimidos del narrador o quizá un intento de explicar las extrañas sensaciones y la distorsión de la percepción que sufre.

Incluso se ha llegado a plantear que pudiera ser el desdoblamiento del propio Maupassant. Así el relato “El horla” reflejaría la disociación psicológica que experimentó su autor y que le permitió dar múltiples interpretaciones a su entorno, pues hay que recordar que Maupassant sufrió al final de su vida los estragos mentales de la sífilis, adquirida por su despreocupada vida de placer.

De 1870 a 1880, cuando Maupassant tenía entre 20 y 30 años de edad, sufrió afecciones nerviosas hereditarias y exceso en el consumo de alcohol y de narcóticos. Posteriormente en el periodo en el que escribió “El horla”, experimentó problemas psíquicos y somáticos tales como desigualdad pupilar, fobias, insomnio, cefalea, neuralgia, melancolía, irritabilidad, pérdida de peso y cambio de fisonomía. A partir de los 40 años, la enfermedad de Maupassant se volvió crítica, se vio afectada su inteligencia, cesó su producción literaria, intentó suicidarse y tuvo que ser internado.

En su relato “El horla”, Maupassant empleó la técnica del espejo, es decir, la creación dentro de la creación. Proyectó su propia sensibilidad enfermiza y su temor de ser presa de los microbios en la experiencia insólita del dominio de una presencia extraña que sufre el narrador. Pero también el protagonista del relato podría estar proyectando en el ente invisible sus propios temores. La historia relatada nos deja una duda razonable respecto a si esta perjudicial presencia existe en forma independiente o si solo es creación de la imaginación perturbada del protagonista.

De esta manera, el desdoblamiento ocurre en dos niveles. Así el escritor se desdobla en el protagonista quien vive el sometimiento y pérdida de su voluntad. Pero también el horla representaría la encarnación invisible de los miedos del narrador del relato.

Sin embargo, no se puede decir de forma determinante que el horla es únicamente el producto de los delirios del protagonista y de su autor, puesto que mucho antes de que experimentara deterioro de su salud mental, Maupassant ya escribía relatos con protagonistas afectados por la locura y con temas oscuros. Ejemplo de ello son los relatos “Soledad”, “Magnetismo”, “Sueños”, “La noche”, “Aparición”, “Un loco”, “Un cobarde”, “El albergue”, “El miedo”, “La mano” y “La cabellera”.

Desde antes, Maupassant ya tenía una tendencia pesimista. Su obra entera, sus cartas dirigidas a su madre y a Flaubert lo demuestran. Ya estaba obsesionado por lo misterioso, lo inexplicable y lo fatídico y abordó estos temas en sus creaciones literarias sin cesar.

No obstante, hay que reconocer que el daño de la sífilis provocó un agravamiento de su pesimismo. Se produjo en él la melancolía exacerbada que también ocurrió en otros escritores afectados por esa misma condición, tal es el caso de Baudelaire, Heine, Schopenhauer y Nietzsche.

Precursor del horror cósmico

Se puede decir que con su relato “El horla”, Maupassant es el precursor del horror cósmico desarrollado extensamente por Lovecraft; pues con el pretexto de la aparición de un ser invisible y maligno se hace una reflexión filosófica acerca de la insignificante posición que tiene el ser humano en el universo y lo imperfecto que es. Esto puede notarse cuando el protagonista afirma: “somos tan indefensos, inermes, ignorantes y pequeños sobre este trozo de lodo que gira disuelto en una gota de agua”.

Existe cierto paralelismo entre “El horla” y “La llamada de Cthulhu”, pues ambos seres ejercen influencia mental sobre algunos seres humanos. En la historia de Lovecraft, es el escultor Henry Anthony Wilcox quien se contacta telepáticamente con un dios primordial, pues percibe una voz o inteligencia subterránea que de forma monótona emite enigmáticos impactos sensoriales, de forma similar en la que el narrador del relato de Maupassant descubre el nombre de su antagonista. Ambos argumentos se basan en la teoría de la evolución en cuanto a que la especie más débil se subordina a la más fuerte. De este modo, la humanidad estaría siendo dominada por una especie superior de materialidad invisible que con magnetismo hipnótico podría afectar la voluntad de los seres humanos.

Además, el alcance del horror de Maupassant como el de Lovecraft se da en un plano global, pues utilizan la idea de noticias provenientes de lugares muy alejados entre sí, que describen sucesos horrorosos similares demostrando que la amenaza se ha extendido a nivel mundial.

En los relatos de ambos autores se plantea la existencia de un plano desconocido y misterioso y es a través de las pesadillas donde los seres humanos más sensibles establecen contacto con ese mundo. Por un lado, en la mitología creada por Lovecraft se habla de los primigenios que esperan en el umbral para entrar, que existen en todas partes y en todo tiempo. Y en la narración de Maupassant, el horla se comunica con el protagonista y más aún, se apodera de su voluntad dirigiendo sus acciones, a manera de una posesión. Incluso el protagonista reflexiona en torno a la presencia de este extraño y poderoso ser a lo largo de la historia de la humanidad, que lo ha identificado en ocasiones como un dios o en otras, como un demonio.

En las creaciones literarias de Lovecraft y Maupassant, el horror nace de la atracción por lo arcaico. En “El horla” esto está representado por el disfrute del protagonista por los lugares antiguos; hay que mencionar que busca aliviar su espíritu atormentado en una abadía gótica medieval. Pero al mismo tiempo, le teme a su pasado, a descubrir una debilidad heredada de sus sentidos y de su inteligencia.

El horror cósmico también va acompañado de una atracción del ser humano por unirse con el todo, con un poder más grande, pero invisible; un poder que no puede entenderse fácilmente, que fragmenta la realidad y la dota de múltiples significados; un poder que sólo es percibido por el lado oscuro.

Te invitamos a escuchar nuestra miniserie dramatizada de este gran relato de Maupassant.

“El horla” de Guy de Maupassant.

El abuelo y el repartidor de refresco

Mi nombre es Carlos Jiménez, soy de Guadalajara y quiero aportar un relato. En mayo de 1997 falleció mi abuelo paterno. Mis hermanos, mis papás y yo vivíamos con él.

Por el fallecimiento de mi abuelo vinieron más tíos que vivían en los Estados Unidos de América y en Puerto Vallarta para darle la última despedida.

Mi tío Pedro que venía de Los Ángeles fue a la casa a darse un baño para poder ir a la funeraria a estar con la familia. Al llegar a la casa después del sepelio nos percatamos de que mi tío no había cerrado la puerta y se quedó la casa abierta. Pero no faltaba nada y por suerte todo estaba en orden.

En ese tiempo mi mamá vendía cena: pozole, tacos dorados, sopes, enchiladas, etc. Para la venta de la cena mi mamá encargaba refresco de cola, un día llegaba un vendedor a levantar el pedido de lo que se requería y al día siguiente surtía el pedido de refresco solicitado.

Y ese día del sepelio tenía que pasar el vendedor que levantaba el pedido. Pero mis papás no le dieron mucha importancia ya que ellos ya tenían el acuerdo con el vendedor de que si pasaba les surtiera una dicha cantidad de rejas de refresco. Ya lo habían hecho así en otras ocasiones.

Sin embargo, al día siguiente, no surtieron el refresco y mi mamá me tuvo que mandar a la tienda a comprar para poder ofrecer a la venta.

Después mi mamá le reclamó al vendedor porque no le había levantado el pedido. Le reclamó que él ya sabía que cuando no estuviera nadie en casa, le tenía que pedir determinada cantidad de rejas de refrescos que ya habían acordado. A lo cual el señor contestó “es que la puerta de la casa estaba abierta, pregunté si había alguien y salió un señor a decirle que no pedirían nada”.

Mi mamá pensó que había sido mi tío que fue a la casa a bañarse y dejó la puerta abierta, pero mi tío estaba ahí presente y el vendedor le comentó que no había sido él, sino un señor más grande de edad. Dio las señas de la persona: alta, morena y de la tercera edad. Mi papá le enseñó el retrato de mi abuelo que acababa de fallecer. Y el vendedor respondió que ese señor había sido quien le dijo que no pedirían nada.

Cuando mi papá le contó que no había nadie en la casa porque todos estábamos en el sepelio de mi abuelo, que él vio, y que la puerta de la casa quedó abierta por el descuido de un tío, el señor vendedor se puso bien pálido y no lo podía creer.

Mi mamá me mandó a la tienda a comprarle un pan para el susto y ya que el señor se tranquilizó se retiró a seguir trabajando.

Dos días después, cuando tenía que volver el señor vendedor, ya era otra persona. Y cuando mi mamá le preguntó al nuevo repartidor qué había pasado con el otro señor, le contestó que aquel día solo había llegado a terminar su ruta y que renunció sin dar motivo alguno.

De madrugada en un banco argentino

Experiencia de Javier Oscar Ahumada

En el año 2011 trabajaba como empleado de seguridad en una casa central de un banco importante. Y, de noche, tenía la tarea de vigilar a la gente de limpieza mientras hacían sus tareas.

Yo era nuevo en el lugar, apenas tenía tres días de haber ingresado. Ya en la primera noche, cuando estaba haciendo mi tarea de vigilancia, pasaron cosas extrañas a las que resté importancia.

Era alrededor de la una de la madrugada cuando noté que sonaba el teléfono. Era muy raro ¿quién llama a esa hora? A mi compañero le pasó lo mismo. Me enteré en una charla que tuvimos en un break del trabajo. Juan me dijo: ¿no te parece raro que suene el teléfono a esa hora? Le contesté que me parecía que era el encargado que nos podía ver por las cámaras y que así nos demostraba que nos vigilaba. Quedó ahí la charla.

El sábado no iba la gente de limpieza, así que estábamos tranquilos. Eran las tres de la mañana, recuerdo que estaba de guardia en el frente del banco. Detrás de un vidrio antivandálico te sentías protegido ya que el banco no tenía rejas. Estaba mirando para la calle cuando en el vidrio vi un reflejo de una persona mirándome, pero adentro del banco, como si estuviera parado detrás de mí. Tenía el pelo blanco, medía alrededor de 1.70 metros y tendría unos 50 años de edad, parecía mayor. Me miraba fijo, con los brazos apoyados en la cintura, giré rápido y no lo vi. Me levanté del sillón y salí a buscarlo, pero no encontré a nadie. Automáticamente llamé por la radio interna, como la que usa la policía, notifiqué que vi una persona adentro. El encargado trajo a Juan y lo dejó en mi lugar. Me dijo “vos lo viste, así que salgamos a buscarlo”.

Recorrimos los siete pisos y los tres subsuelos. Revisamos cada puerta, entramos a los baños de hombres y de mujeres. No vimos nada, me quedé preocupado. Me fui a casa y me quedé con la sensación de que yo sabía lo que había visto, pero de que parecía un tonto ante los demás.

Pregunté a las personas de la limpieza y me contaron que ellas vivieron cosas inexplicables, por lo cual seguí investigando. Y me enteré de que en ese banco murió José, un hombre que trabajaba ahí, de unos 50 y tantos de años y de que él quedó en el baño encerrado por tres días, todo un fin de semana muerto en el baño por un paro cardíaco. Seguí buscando más datos y me contaron que les apagaban las aspiradoras, les abrían los grifos de agua, los llamaban por su nombre y sentían un frío por la espalda mientras trabajaban.

Una noche, haciendo el recorrido habitual marcando los puntos de control cada dos horas, una sombra me pasó por atrás y un frío espectral me recorrió la espalda. Miré automáticamente para atrás y nada…no había nadie.

Ocurrían más a menudo estas cosas, así que lo tomé como algo más normal. Otra noche mandaron un elemento nuevo, así que le mostré el lugar y sus tareas para que fuera aprendiendo los lugares y marcara los puntos de control. Todo estaba normal. Alrededor de medianoche hice el recorrido, que tardaba 40 minutos, y le dije a mi compañero que se fuera a dormir un rato ya que no había limpieza, que se quedara tranquilo y que tuviera cuidado de que no le enfocara la cámara nada más.

A los diez minutos vi que venía caminando pálido y con una cruz en la mano cerca de la boca, mostrando para todos lados. Le pregunté qué le pasaba y no respondió. Después de unos minutos me dijo qué pasó. Él se acomodó en el piso, volteó un sillón para usarlo de almohada y con la campera se tapó. Ayudaba que el piso era de alfombra, así que no tenía frío. Me contó que escuchó ruidos cerca, se acomodó para un lado y los ruidos no cesaban. Entonces se acomodó para el otro lado y ahí fue atacado por algo que lo ahorcaba contra el piso, pero que no podía ver. No podía llamarme y yo estaba a unos 30 metros, pero no escuchaba nada. De golpe eso lo soltó. Se reincorporó y vino hacia mí. Me quedé escuchándolo. Recordé la misma historia que me había contado otro compañero.

Esto siguió pasando durante los dos años que pasé ahí. Los hechos fueron los mismos, desde llamados hasta que te pasara alguien por atrás, que abrieran las canillas, que atosigaran a los nuevos o que apagaran las luces. José es uno de los fantasmas que vive en un edificio de los muchos que hay en el microcentro argentino.

«El entierro de las ratas», la otra cara de París según Bram Stoker

Por Tania Sabugal

El escritor irlandés Abraham Stoker, popular por su novela de terror Drácula y mejor conocido como Bram Stoker, nació en 1847.

Bram fue el tercero de los siete hijos e hijas del Secretario de la Corte de Dublín, Abraham Stoker, y la activista social y defensora del derecho a la educación para las mujeres, Charlotte Mathilda Blake Thornley. Cabe mencionar que a los 14 años la madre de Stoker presenció una epidemia de cólera. Las memorias que escribió Charlotte de esos hechos terribles también inspiraron a Bram para algunas escenas de su novela Drácula.

La familia Stoker era de clase media, protestante, austera y aficionada a los libros.

La mala salud de Bram lo obligó a estudiar en su casa con la instrucción de profesores particulares. Sus primeros siete u ocho años de vida los pasó en cama debido a que padeció diferentes enfermedades. Por ello su padre le practicaba sangrías y su madre le ayudaba a pasar el tiempo narrándole historias de fantasmas, que más tarde influirían en su escritura. Tal es el caso de su primera colección de cuentos titulada El país bajo el ocaso en cuyos castillos aparecen seres fantásticos como hadas, ángeles y trolls. Como dato curioso y muy de acuerdo con el contenido de sus relatos, Bram Stoker prefería la noche para escribir.

En su adolescencia, Bram gozó de mejor salud y llegó a ser un buen deportista, ganando premios en caminata, salto de altura y de longitud. Además, practicaba el remo y era jugador de rugby e incluso se convirtió en un destacado gimnasta de anillos y trapecio. Se cuenta que estaba interesado por su buena apariencia, que no pasaba desapercibida porque era un hombre barbado, alto y pelirrojo.

Stoker estudió en el Trinity College gracias a que un profesor le apoyó en su preparación. Se graduó en matemáticas y ciencias en 1870.

Años después, trabajó como funcionario y como crítico teatral y escribió varias obras que fueron publicadas en diferentes periódicos.

Sus primeros relatos de terror como “La copa de cristal” fueron publicados en Shamrock, la revista nacional de Irlanda cuando él tenía 25 años de edad.

En 1890 Stoker publicó su primer libro Las obligaciones de los escribanos en los tribunales de primera instancia de Irlanda. Entre sus novelas destacan En el desfiladero de la serpiente, Miss Betty, La joya de las siete estrellas, La dama del sudario y La madriguera del gusano blanco.

En 1876 salió de Irlanda para establecerse en Londres acompañando al actor Henry Irving, quien lo había contratado como representante y secretario tras leer su crítica de Hamlet, una obra en la que Irving había actuado. Bram trabajó para él casi 27 años, ambos dirigieron un grupo de teatro y llegaron a ser muy cercanos.

Algunas personas juzgan su relación como desfavorable para Stoker señalando que el actor ni siquiera le dejó algo en su testamento a su fiel amigo. Sin embargo, Bram también se benefició de esa asociación pues su segunda colección de cuentos Atrapados en la nieve, fue publicada después de la muerte de Irving y es un homenaje a él, ya que sus argumentos surgieron a partir de la gira que la compañía teatral de ambos llevó a cabo por Inglaterra.

El novelista y dramaturgo Hall Caine, amigo a quien Stoker le dedicó Drácula, describió su relación de la forma siguiente: “Mucho se ha dicho de su relación con Henry Irving, pero me pregunto cuántos eran realmente conscientes de toda la profundidad y el significado de esa asociación. Stoker pareció dar su vida por ello. No fue solo su tiempo y sus servicios lo que le dio a Irving, fue su corazón, que nunca desfalleció ni un momento en la lealtad, en el entusiasmo, en el cariño, en el amor más fuerte que el hombre puede sentir por el hombre… y digo sin cualquier vacilación que nunca he visto tal absorción de la vida de un hombre en la vida de otro”.

Bram Stoker se casó con Florence Balcombe, la antigua novia de su amigo Oscar Wilde. Tuvieron un hijo a quien nombraron Noel. Florence fue quien publicó la tercera colección de cuentos de Bram en 1914, después de que él falleció. Esta colección mucho más gótica y terrorífica que las anteriores se tituló El invitado de Drácula y otros relatos inquietantes.

Algunas personas afirman que Stoker perteneció a la sociedad secreta llamada Golden Dawn en la que participaban otros escritores famosos como William Butler Yeats, Algernon Blackwood y Arthur Machen y en la que se abordaban temas esotéricos y ocultistas como la magia ceremonial y el hermetismo.

Bram Stoker falleció a causa de la sífilis el 12 de abril de 1912, a los 64 años de edad. Se cuenta que murió en una humilde pensión de Londres y que en sus últimos minutos de vida no paraba de señalar a una esquina de su habitación mientras repetía asustado “strigoi” palabra que en rumano significa vampiro.

Irónicamente el relato “El entierro de las ratas” fue escrito en 1878 mientras Bram Stoker pasaba su luna de miel en París. Este cuento se publicó en algunas revistas desde 1891, pero fue más conocido a partir de que se incluyó en la colección póstuma El invitado de Drácula y otros relatos inquietantes de 1914. Aunque se desarrolla en el marco de una relación amorosa, en él se describe principalmente el bajo mundo parisino y lo peligroso que resulta aventurarse en él. La opresiva tensión se transforma en una amenazante persecución que mantiene a la persona lectora atenta y nerviosa respecto al posible desenlace.

Te invitamos a escuchar este relato que presentamos en dos episodios.

«El entierro de las ratas», primera parte.
«El entierro de las ratas», segunda parte.

El tercer Jinete

Relato original de Alejandro Velasco

“El ruido, Dios mío el ruido. Es insoportable, terriblemente angustiante y su hórrido crujir titánico solo alimenta la cruel incertidumbre en la que nos tiene sumidos. Lo único más horroroso, es el hambre…”

Fragmento tomado del testimonio anónimo de un ciudadano en Parrice. Fuente: Diario Parrice Examiner Post “Pánico en las calles: Tercer día de asedio” 22 de abril de 1968.
Abril 22, 1968

Pescadores veteranos me aseguraron que no habían visto una tempestad así antes. El mar fue la primera señal, o por lo menos es lo que se declara en los diarios. Un servidor (así como otros miles de habitantes en Parrice) se lo atribuye a lo primeramente citado en la pequeña fracción de testimonio, dada por un religioso entrado en años, “Lo único más horroroso, es el hambre…”

Esa, fue la apertura, la entrada a este desfile de acontecimientos. Hambre.
El desagradable olor que venía del mar, era algo sin precedentes, este se asemeja muchísimo al tufo que viene de la carne putrefacta, pero venía aderezado con un toque ácido y nocivo, que lo hacía casi tóxico. El pescado en los alrededores, se vio terriblemente afectado en su ecosistema, el elemento principal de nuestra dieta isleña se cobró la vida de diecisiete personas, nadie dudó de la culpabilidad del aroma nauseabundo que ahora estaba en toda la isla.

Ciertamente, Parrice, se encontraba ya en un lío preocupante, y lejos de culpar a políticos indiferentes, radioactividad que llegó de pronto o amistades internacionales fracturadas, me tomo el atrevimiento de poner la responsabilidad del actual estado de nuestra isla, en manos (si estás existieran) del objeto que ahora levita en la cercanía de nuestras costas, corrompiendo nuestros pacíficos mares. Pues si bien, esto apareció apenas, su aspecto denota vileza y extraña maldad.

Aquello arribó de forma ladina e inteligente, lo que solo hace más horrenda la expectativa, más difícil de imaginar el alcance de su influencia. Pues sin duda, oculta un ominoso origen, y un propósito que ya hace mucho se dejó claro: aniquilarnos.

Abril 23, 1968

Ni más ni menos. Aquel objeto trajo consigo esta aura de muerte, que este testimonio no pervierta la belleza de nuestro hogar, no permitan que la sombra de este masacote metálico les haga olvidar la prosperidad de nuestra isla, la belleza de sus playas y solemnidad en sus callejuelas. La hambruna jamás habría figurado en las crisis a enfrentar de nuestra población ¿cómo podría? ¿2,605 habitantes no podrían hallar su salida de una roca agonizante? Parrice, destino paradisiaco devenido en la butaca en primera fila para presenciar el fin de los tiempos. Aquella cosa nos mantiene aquí nos desconectó del resto del mundo y nos privó del alimento primario en nuestro estilo de vida.

Nuestro ejecutor, el portador de la peste, no es visita nueva en nuestro planeta, mi investigación arroja los primeros avistamientos en 1957, un satélite “natural”, amorfo y gigantesco, inspeccionando de polo a polo nuestro hogar. Aún con ese aspecto ¿quién podría prever semejante resultado?

El día jueves 19 de abril del presente año, a tres meses de la crisis de pesca en Parrice y dos días más tarde de la pérdida de comunicación con el mundo exterior, a causa del clima intempestivamente furioso, lo que a principio parecía un meteoro del tamaño de una embarcación militar, y más tarde un artefacto bélico de origen ruso, detuvo su precipitada caída a la superficie terrestre diez metros antes de sumergirse en el mar. Aquello no es similar a nada que haya visto, se asemeja a una gigantesca garra, negra y brillante, un abultado obelisco con relieves incomprensibles.

Dos horas más tarde, inmóvil sobre las aguas, del objeto emergió un sonido estridente. Uno que nadie en la isla pudo interpretar a causa de su volumen enloquecedor. Éste fracturó los cristales de la ciudad, arrancó la vida de dos personas al detener su corazón y destrozó los tímpanos de varios cientos. El espectacular arribo del objeto, fue presidido con narices sangrantes y desmayos por toda la isla.

Con la determinación de paliar el mayor número de víctimas, las autoridades, desesperadas, aullaron a las multitudes que se alejaran lo más posible de aquel objeto, no hubo planes, no hubo orden. El pánico fue colectivo.
Una muchedumbre se agolpaba al otro extremo de la isla, como barriles sin amarre en una embarcación, al mismo tiempo que se hacía sonar la alarma de desastres marítimos.

Al cundir la calma un poco, se formó un pequeño comité, conformado por las autoridades locales, y los patriarcas de Parrice. Todos nos encontrábamos a la espera de una resolución. El miedo estaba en todas las miradas, pero nosotros depositamos el nuestro en ellos. Es lo más humano, imaginar que todos estábamos en la misma situación y que éramos tan solo un montón de hormigas en un montículo de tierra a punto de colapsar, resultaba algo insoportable. El hambre, ya había golpeado nuestro ánimo ferozmente, ya había hecho en nosotros más daño que aquel espantoso sonido. Entendí que la hambruna fue la preparación.
El preludio a nuestro jinete.

Abril 24, 1968

Lanzaremos una botella de cristal al mar, una pequeña embarcación saldrá de Parrice con destino a Berck, ésta se encuentra a unas horas en bote. Se trataba de un pueblo apenas más glorificado que nuestra isla, pero por lo menos, unido a un montón de tierra más grande. La gente aquí es humilde, es un bello lugar, pero demasiado arraigado a sus costumbres, es raro que alguien vaya fuera, salvo por comerciantes y figuras importantes para la población. Solo unos cuantos hombres se anotaron para la llamada de auxilio. Ya allí, nuestros héroes se encargarán de organizar un pequeño éxodo hacia la civilización.

Zarparon por la mañana, antes del último grito de aquello. Esta tercera ocasión, nos permitió interpretar de mejor manera lo que escuchábamos, era un sonido cargado de aire, metálico y al mismo tiempo, un crujir poderoso, como si abriera la tierra en el fondo del océano. Esta vez estábamos un poco más preparados, nos tomó por sorpresa, sí, pero también con esperanza.

Abril 26, 1968

Al amanecer, todos nos percatamos del acercamiento del objeto, era más grande de lo que imaginamos, podrían tener el tamaño de dos, o hasta de cuatro embarcaciones juntas. Era enorme, y su agenda de hoy, nos arrancó las ganas de buscar respuestas acercándonos.

El cielo, que exhibía su tono más tétrico de gris, comenzó a colapsar, o eso habríamos jurado, pues comenzaron a tener lugar potentes estruendos. Aquello volvió a gritar, y del interior de su estructura comenzó a caer un líquido rojizo, oscuro y aceitoso. Contaminó casi en su totalidad nuestras aguas, y emitía un olor nauseabundo. Muchos vomitaron, otros volvieron a correr. Su purga terminó dos horas después, con otro estruendo.

Era el mismo aroma, ese que contaminó a nuestros peces y envenenó nuestras aguas. Mirar al mar suponía un suplicio aterrador, pues el agua se había tornado carmesí, y el olor que despedía era espantoso.

Miramos con creciente temor a nuestros líderes. Ellos, sin poder hacer más pues, pobres hombres, esto escapaba y por mucho, a lo que su imaginación era capaz de engendrar como el peor escenario posible, a lo que la imaginación del más lunático hombre en toda Francia era capaz de imaginar, solo atinaron a pedirnos paciencia, pues la ayuda llegaría tarde o temprano.

Sus héroes jamás volvieron, preferimos callar ante este hecho, pues si bien, daba para pensar lo peor de estos hombres, la verdad es que en el fondo lo sabíamos, ni siquiera alcanzaron a ver el puerto de Berck. La inclemencia de estas aguas, ahora desconocidas, les habían cobrado alto peaje por tratar de huir de la copa. La copa de la ira.

No era más Parrice, estamos pues, en Patmos, y presenciaremos el derramamiento de la copa, llena de ira, dedicada a mil generaciones tras nosotros. Uno pensaría que vendría en un caballo de carne y hueso, no en un errante objeto que vino de las inexorables profundidades del cosmos.

Abril 30, 1968

Un grupo de veteranos y yo, hablamos largamente sobre esto, es raro, el temor no nos mantiene lejos del tema, lo hace la esperanza en que esto termine, o por lo menos lo hacía.
Hablamos de la posibilidad de que esto esté sucediendo en todo el globo. Quién sabe, tal vez el mundo civilizado no exista más, y sus sobrevivientes se hallan adorando a su propio Jinete.

Esta tarde algo nos contempló, en la cima del objeto, una figura extraña de aspecto imposible. Incomprensible, pero real, todos lo vimos. Sus movimientos eran orgánicos, se trata de un ser ajeno a nosotros, y a todo lo que conocemos.
Algunas mujeres gritaron, otros, solo le devolvimos una mirada de temeroso asombro. Solo el viejo religioso del periódico, un tal Wallace, se encontraba en el tejado de una de las casas, riendo de forma lunática.

Estos sucesos llevan consigo adjunta una palabra clave: ambivalencia.
Escribí esto a forma de crónica, o esa fue la intención en primera instancia. Deseaba verlo publicado en el Diario de Parrice e importado a todo el continente con la explicación lógica del suceso al final del escrito. Pero eso no sucederá, ¿cierto?

¿Por qué ambivalencia? Simple. Estamos frente al temible amanecer del ser supremo frente a nuestros ojos, con la forma de una criatura que escapa a nuestro entendimiento. Un ser de poder desconocido, una aberración de las estrellas o nos encontramos pues, en Armageddon. Eso me gusta, prefiero perecer al ritmo de una profecía, que en la fría incertidumbre, mirando a los ojos a lo desconocido. En las manos de un colonizador estelar.
Espero que esto se encuentre, y Parrice sea recordado como la primicia de la nueva era.

“Cuando abrió el tercer sello, oí al tercer ser viviente, que decía: Ven y mira. Y miré, y he aquí un caballo negro…”

“…porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?”

El Michelín, un extraño alienígena

Cuando se habla de entidades biológicas extraterrestres (EBE´S) normalmente se piensa en los clásicos Grises, de baja estatura y maliciosa mirada.

Aunque también se piensa en los elegantes Nórdicos de gran estatura y elegante porte, o los desagradables reptilianos, los invasores agresivos.

Pero nadie se imagina un visitante con apariencia simpática y agradable, casi cómica, casi infantil. Se les conoce como “los michelines” debido a su similitud con la imagen corporativa de una conocida marca de neumáticos.

Imagen corporativa Michelin (Rico Shen, wikimedia commons. https://commons.wikimedia.org/wiki/User:BrockF5)

Sin embargo, no se trata de algo en broma, sino de una serie de avistamientos que corresponden con encuentros del tercer tipo de la categoría Hynek, bastante reales.

Incidente en Dinan, Francia (1955)

Uno de estos incidentes ocurrió el 15 de mayo de 1955 a las 12:15 a.m. en Dinan, Cotes-Nord, Francia. El señor Droguet, profesor del colegio para señoritas de Dinan, volvía a casa tras haber asistido al cine y haber cenado en el pueblo. Mientras caminaba y de forma súbita, avistó un gran disco metálico de apariencia similar a un gran tazón, que descendió frente a él en un prado, quedando suspendido a muy poca altura, quizá a no más de dos metros sobre el nivel del suelo y justo afuera de su casa. En el ambiente se sentía una sensación eléctrica y se podía percibir una fuerte vibración aun cuando aquello no tocaba el suelo.

Mientras Droguet observaba atónito aquello y justo frente a sus ojos, dos humanoides descendieron, no eran de gran altura sino más bien bajos, y de apariencia casi cómica, torpe, como si los trajes no les ajustaran bien. Sin embargo, al caer en cuenta de lo que estaba viendo, comenzó a sentir tal pánico que quedó paralizado, aquellos seres se acercaron sin prestarle ninguna atención, como si fuera simplemente un elemento del paisaje. Segundos después, de una extraña caja que estaba fijada al pecho del traje de uno de ellos, se emitió una luz verdosa intensa que le cegó momentáneamente. Droguet, no pudo moverse de ninguna forma, pero poco a poco pudo recuperar la vista y observar que aquellos seres iban y venían, mirando a su alrededor, como si buscaran algo y Droguet solo hubiera sido un inoportuno estorbo en su camino.

El encuentro duró unos quince minutos, y posteriormente ambos seres subieron a su nave, la cual partió rápidamente de forma totalmente vertical y emitiendo un ligero silbido. Apenas alcanzar las copas de los árboles, las luces se apagaron y el objeto ya no fue visible. Curiosamente, el reloj del Sr. Droguet estaba inservible y no volvería a funcionar jamás.

Encuentro en Cádiz, España (1960)

El siguiente caso ocurriría en mayo de 1960, en la provincia de Cádiz, España. Más puntualmente en Jerez de la Frontera. Don Miguel Timermans Ceballos, profesor de escuela, hombre maduro y muy respetado en la zona, a eso de la una de la tarde conducía su motocicleta como la había hecho durante mucho tiempo. El recorrido le llevaba desde su casa en Jerez de la Frontera hacia la zona de Arcos de la Frontera y el Embalse de Bornos. Un día claro y sin ningún contratiempo que le hiciera siquiera imaginar lo que le tocaría ver.

Llegando al cruce de caminos y al aminorar la marcha, Don Miguel pudo observar a una distancia de no más de 150 metros en plena carretera, a un individuo extraño de color rojo que caminaba con dificultad, casi como mecánico, como si los brazos y piernas estuvieran rígidos. Pero la apariencia no era otra que la del muñeco de las llantas, de unos dos metros de altura y lento. Tras detener la motocicleta, Don Miguel espero un momento a ver qué ocurría, instantes después pudo observar a un segundo ser de apariencia similar, aunque visiblemente más pequeño y con un detalle, al final de una de las piernas, quizá lo que podría entenderse como una bota, era de color negro, pero solo una. El resto de aquel ser también era rojo de pies a cabeza.

Ambos aparecieron de la nada, no se veía por ahí algún aparato o nave. Don Miguel decidió acercarse un poco para ver de qué se trataba, arrancó la motocicleta y dirigió la marcha hacia allá. Pero al llegar al punto, no había nada, como si se hubieran desvanecido totalmente. El avistamiento duró alrededor de un minuto.

Sucesos en Isla Réunion (1968 y 1975)

Isla Réunion es territorio francés de ultramar, ubicado en el Océano Índico a la altura de Madagascar. En esta isla, el 31 de Julio de 1968, Luce Fontaine, granjero local de 22 de años, salió de casa a trabajar como cada día, siendo las nueve de la mañana en un día claro y despejado. Ubicado en una planicie conocida como “La Plaine des Cafres” estaba recogiendo pastura para su granja de conejos. Repentinamente percibió que algo bajaba, cerca de él, preocupantemente cerca, a no más de 25 metros.

El objeto que descendió no era otra cosa que una especie de burbuja transparente, como de cristal y de forma ovalada. Estaba apoyada en una especie de pie o pedestal de color azul que la mantenía a unos cuatro o cinco metros de altura. Los extremos del objeto eran oscuros, del mismo color que el pedestal, pudo observar algunos detalles más, como una especie de piso metálico dentro de aquella burbuja.

Pero además de la propia nave, Luce Fontaine se sorprendió al descubrir a dos tripulantes dentro de la misma, eran particularmente pequeños, medían menos de un metro de altura y se movían en el interior. Ambos tenían la apariencia del muñeco de la marca de llantas Michelin, salvo por una especie de careta o visor brillante que cubría su rostro, el traje era de color blanco. Los seres estaban activos y no prestaron atención al testigo que les observaba con asombro y, por supuesto, con temor.

Repentinamente, uno de los dos tripulantes se dio cuenta de que eran observados por Luce Fontaine, reaccionando y de alguna manera informando al otro tripulante que estaba de espaldas al granjero. Pasaron unos segundos y el segundo tripulante se volvió para mirar a Luce, entonces una poderosa luz, como si fuera la de la soldadura eléctrica, surgió de la nave e invadió el ambiente, generando un gran calor y una sensación extraña. Luce Fontaine no pudo ver durante un momento y solo sintió el fuerte calor. Acto seguido, cuando logró abrir los ojos y mirar de nuevo, aquellos seres ya no estaban.

Imagen de figuras alejandose dentro de una burbuja

Luce Fontaine contaría acerca de esto a su esposa y al maestro local, quienes le convencieron de presentar un reporte a la policía francesa (Gendarmerie). Todos conocían a Luce como un hombre correcto y no dudaron de lo que decía. Por lo que se realizó una investigación en sitio. Diez días después del encuentro, los investigadores pudieron documentar que en el punto exacto del encuentro había una fuerte radiación, en un lugar en el que no había razón para que la hubiera y si bien no era un nivel de alarma, el hecho es que había radiación en donde no debería haber y sumado a que habían pasado diez días desde el encuentro, aquello se volvía intrigante. Es probable que, en el momento del encuentro la radiación haya sido mucho mayor, prueba de ello fueron las secuelas médicas que sufrió Luce Fontaine. Durante las pesquisas, también se determinó que la ropa de Luce estaba radioactiva, especialmente el frente, es decir la cara que dio hacia la misteriosa nave.

Las secuelas de este encuentro fueron notorias: profusos sangrados nasales, dolores de cabeza, mareos constantes y pérdida de peso, algo propio de alguien expuesto a contaminación radioactiva. Afortunadamente con el paso de los días todo volvió a la normalidad, pero no se encontró alguna explicación.

Sin embargo, el día 14 de febrero aquello cambió y se volvió bastante real. Ese día y cercano al medio día, Antoine caminaba a casa tras comprar algunos productos en un comercio. Sin saber exactamente la causa sintió la necesidad de correr lo más rápido posible, como si algo terrible estuviera por ocurrir. Pero no llegó muy lejos, instantes después de comenzar a correr, algo le inmovilizó totalmente. Comenzó a sentir un calor fuerte que le abrazaba el cuerpo y la impresión de estar siendo trasladado contra su voluntad hacia el interior de un cultivo al lado del camino, sin moverse por sí mismo.

Su asombro crecería porque al girar, frente a él apareció un objeto extraño flotando cerca del suelo, emitiendo un constante chirrido similar a un “bip”, aquel mismo sonido de sus sueños. Repentinamente se abrió una especie de puerta de donde descendió una escalinata y por ella dos individuos de baja estatura, uno llevando una especie de vara o tubo metálico, el otro una especie de bolso, comenzando a excavar el suelo como buscando algo. Un tercer individuo descendió del aparato mientras un cuarto individuo observaba desde una cúpula transparente sobre el mismo.

Ajenos a la presencia de Antoine, aquellos seres enfundados en trajes brillantes con forma de “Michelines” continuaban buscando algo, hasta que de pronto, uno de ellos se dio cuenta de la presencia de Antoine y en un instante, un destello terrible surgió de la nave, arrojando al testigo al suelo en donde quedó paralizado. Sería encontrado mucho rato después, no se sabe cuánto, pero estaba ciego y no podía hablar, se consideró que algo lo había impresionado al punto de provocarle un estado de shock que lo dejó incapaz de ver y de hablar.

Cinco días después, recuperó el habla y la vista y explicaría a los miembros de la policía lo que había ocurrido, insistiendo en mostrarles el lugar del encuentro. Pero al momento de llegar al sitio y como si un enorme imán lo atrajera, Antoine cayó al piso inmovilizado, esto se repitió en varias ocasiones, cada vez que se acercaba al punto, quedaba inmovilizado en el suelo.

Si bien, no presentó daños permanentes y poco después se recuperó totalmente, el hecho es que en el lugar del encuentro se detectó una poderosa anomalía magnética que permaneció ahí hasta bien entrado noviembre de aquel año sin tener una explicación.

En estos dos últimos casos, vale la pena resaltar que la gente de la Isla Réunion no está muy informada de temas ufológicos y que, de hecho, en el incidente de 1968, el testigo ni siquiera tenía un televisor en casa, mucho menos internet porque aún no existía.

El fenómeno del “Michelín” curiosamente no se ha vuelto a repetir. Para algunos entusiastas del tema OVNI, esto se debe a que en realidad la apariencia se debía a un traje de protección y que al estar seguros de que la atmosfera les era apta y no había riesgo, lo habrían dejado de usar en sucesivos encuentros. En realidad, no hay forma de saber bien a bien qué fue lo que vieron los testigos, pero no deja de ser interesante y curioso.

Un cura con vocación más allá de la muerte

Relato original de Vanessa Alvarado.

Costa Rica.

La familia Salesiana llegó a Costa Rica el 20 de julio de 1907. Desembarcaron en Puntarenas provenientes de Italia y se instalaron en Cartago con el Hospicio, escuela de artes y oficios. También abrieron la capilla de María Auxiliadora en esa provincia.

El 20 de mayo de 1929, Felipe Alvarado donó cuatro mil metros cuadrados en pleno centro de San José para que las obras de la familia Salesiana comenzaran sus labores en la capital.

Para 1948 se estaba fundando el Colegio Don Bosco de Bachillerato Académico y para 1956 se convirtió en el Instituto técnico Don Bosco.

Esta institución, así como las demás de la misma familia Salesiana, han visto pasar un desfile de sacerdotes y hermanas provenientes de Europa y otros países, que terminaron sus días en el nuestro, sintiéndose parte de este pedacito de tierra mágica llamada Costa Rica.

Corrían los años 60s cuando el padre Alberto (nombre ficticio) llegaba a Costa Rica, enviado desde la casa matriz de la familia Salesiana. Era español, oriundo de las islas Baleares, era un hombre de un andar y hablar muy pausado, su voz era muy grave, a tal punto que parecía que tenía eco propio.

Cuando el padre Alberto cantaba todo se estremecía, definitivamente su voz era bendecida. En las confesiones por más que trataba de no hacerse escuchar, siempre se oían sus susurros fuera del confesionario.

Tenía un carisma único con los jóvenes, lo cual hizo que se ganara el cariño y el respeto de los alumnos del colegio. Su creatividad lo llevaba a ser el favorito para preparar todas las actividades y obvio, cada vez que se necesitaba alguien cantando, él siempre estaba en primera fila. Cuando le tocaba abrir la iglesia, salía con el incensario a pasarlo por la entrada para que los vecinos supieran que la iglesia ya estaba abierta y la visitaran.

Para 1983, aproximadamente, el padre Alberto enfermó, el sobrepeso no le estaba haciendo mucha justicia y su corazón comenzó a fallarle, hasta que una mañana partió a su descanso eterno, pidiéndole a sus compañeros que por favor lo enterraran acá, pues Costa Rica se había convertido en su hogar por más de 20 años.
Su muerte conmovió mucho a los vecinos de Barrio Don Bosco porque era un sacerdote muy querido.

Unos días antes de comenzar las celebraciones de cuaresma, la iglesia abrió las puertas para las confesiones, ese día había bastante gente, pero le tocó al padre Manuel hacer las confesiones solo.

En la iglesia había dos confesionarios, uno en el ala norte y otro en el ala sur. Al padre Manuel le encantaba usar el del ala sur. Eran unas cabinas de madera grandes, con su respectivo reclinatorio y unas cortinas de gamuza color rojo vino.

El pobre padre Manuel ya estaba un poco aturdido de estar escuchando aquellas historias de sus feligreses, y es que, bueno, si nos ponemos a pensar el peso energético de una confesión, pues sí, debe ser bastante agotador mental y espiritualmente.

Bueno, el asunto es que, por alguna razón, el padre Manuel abrió la cortina de su confesionario y vio que había gente haciendo fila en el confesionario del ala norte. Le extrañó bastante porque nadie le había dicho que lo iban a ayudar. Entonces le entró la malicia y se dijo: “¿y si es un bromista o un loco que está confesando gente haciéndose pasar por sacerdote?”

Le hizo una señal de espera a la señora que seguía en la fila, se fue a la otra fila y preguntó si alguien estaba confesando a lo que los asistentes dijeron que sí, que ahí estaba el padre “gordito”, “el español”. El padre Manuel frunció el ceño porque él estaba escuchando aquel susurro único, que sólo la voz del padre Alberto podía emitir. Se mantuvo de pie frente al confesionario y esperó que saliera la piadosa feligresa que estaba adentro. Cuando salió la mujer, para confirmar, le preguntó si alguien la había confesado a lo que ella le contestó que sí, que un padre español la había confesado.

El padre Manuel sintió un escalofrío, le hizo una señal de espera a los que estaban en esa fila, tragó grueso y abrió la pesada cortina de gamuza para ver el rostro del confesor… pero no había nadie, el cubículo estaba vacío. Claro, esta situación no pasó desapercibida para nadie, todos los que estaban ahí, tanto en la fila del padre Manuel como los de la otra fila, se dieron cuenta de la situación y no faltó quien, del puro susto, se persignara.

Doña Márgara (nombre ficticio) era secretaria en el Hospital de Niños y vivía cerca de la Casa de Sor María Romero, más conocida como la Casa de la Virgen. Ella entraba a las siete de la mañana y solía irse caminando hasta el hospital. Imaginen ustedes una secretaria de los años 80s, con sus enaguas ajustadas y aquellos tacones puntiagudos con las que las mujeres super artistas, podían correr, brincar y hasta hacer ejercicios. Bueno, la cosa es que doña Márgara conoció al padre Alberto y sufrió mucho cuando supo que había fallecido, sobre todo porque en las mañanas, cuando pasaba por la iglesia, disfrutaba mucho del aroma del incienso que él pasaba por la entrada.

Una mañana, a unos cuatro meses de la muerte del padre, doña Márgara estaba a escasos 50 metros de llegar a la cuadra de la Iglesia, cuando de pronto empezó a sentir el olor inigualable del incienso, pensó en lo maravilloso que era que otro sacerdote comenzara a sahumar la iglesia en las mañanas. Cuando doña Márgara llegó a la esquina para cruzar a la cuadra de la iglesia, casi cae de espaldas al ver que quien estaba sahumando la entrada era el mismísimo padre Alberto. Doña Márgara sintió que el alma se le salía del cuerpo y después de ahí no se explica cómo hizo para casi volar hasta su trabajo, donde llegó con un ataque de nervios y la presión por el suelo. Después de ese día, su nueva ruta hasta el hospital, era por Paseo Colón, nunca más volvió a pasar sola por la iglesia.

Para final de curso, los chiquillos de último año preparaban los actos de graduación, estaban en el auditorio del colegio y mientras unos arreglaban y limpiaban el salón otros estaban sobre el palco pegando las letras de la generación en los telones; de pronto, todos escucharon claramente, la voz del padre Alberto cantando el himno del colegio. Los chiquillos pegaron carrera y contaron a los profesores lo ocurrido, pero nadie les creyó.

El padre Alberto amó tanto sus funciones en la institución que le costó mucho partir de inmediato, se tomó su tiempo para poder trascender.