Las mujeres en el tapiz amarillo

Por Tania Sabugal

El relato “El tapiz amarillo” fue escrito en junio de 1890 por la estadounidense Charlotte Perkins Gilman, socióloga, novelista y cuentista que también escribió poesía y tratados.

Charlotte nació en 1860. Cuando era pequeña, su padre, quien era escritor y bibliotecario, abandonó a la familia después de que falleciera uno de sus hijos. Les dejó en pobreza, por lo que Charlotte vivió con cierta frecuencia con algunas tías de su padre, principalmente con Isabella Beecher Hooker, una sufragista, y con Harriet Beecher Stowe, autora de “La cabaña del tío Tom”.

Por su parte, la madre de Charlotte no se mostraba afectuosa para evitar que sus hijas e hijos sufrieran heridas emocionales como ella. Por la misma razón, les prohibió hacer y mantener amistades, así como leer literatura de ficción. Sin embargo, Charlotte aprendió a leer por ella misma a los cinco años de edad, durante un periodo de enfermedad de su madre.

A los 18 años estudió diseño y posteriormente se ganó la vida diseñando tarjetas de felicitación. A los 24 años se casó con el artista plástico Charles Walter Stetson. Al año siguiente nació su única hija llamada Katharine, entonces Charlotte Perkins sufrió una profunda depresión posparto que la hizo buscar ayuda. Consultó al primer neurólogo del país, al doctor Silas Weir Mitchell, quien le diagnosticó agotamiento de los nervios y le prescribió un tratamiento controvertido del que era pionero. Las instrucciones del doctor Weir Mitchell fueron las siguientes: “vive una vida tan doméstica como se pueda, ten a tu hija contigo todo el tiempo, recuéstate durante una hora tras cada comida, como máximo ten dos horas de actividad intelectual al día y nunca toques una pluma, un lápiz o un pincel en tu vida”.

Durante unos meses Charlotte intentó seguir el consejo de este médico; pero su depresión se agravó y se acercó peligrosamente a un colapso emocional total, mostrando comportamientos suicidas. Entonces ella y su esposo se separaron, algo insólito para su época. Charlotte se mudó junto con su hija y entonces empezó a aliviarse. Tras la separación, participó activamente en varias organizaciones feministas y reformistas. Se dedicó a escribir, a editar un periódico y a impartir conferencias sobre temas de la mujer, la ética, el trabajo, los derechos humanos y la reforma social.

Cuando su hija tenía alrededor de 10 años, la envió a vivir de regreso con su ex esposo y su nueva esposa Grace, quien era amiga íntima de Charlotte. La escritora consideraba que el padre tenía el mismo derecho a estar con la niña e incluso alguna vez declaró que estaba feliz por la pareja, puesto que la segunda madre de Katharine era tan buena como la primera y tal vez hasta mejor que ella en más de un sentido.

Después Charlotte entró en contacto con Houghton Gilman, un primo al que no había visto en 15 años, un abogado de Wall Street. Estableció una relación con él y se casaron. Con él permaneció 32 años hasta que la muerte les separó. Cuando ella tenía 40 años tuvieron un hijo a quien llamaron Yadir.

Más tarde, a la feminista le diagnosticaron cáncer de mama incurable. Al poco tiempo de ese fatal diagnóstico falleció su segundo marido. Entonces Charlotte regresó a California donde vivía su hija. Y como defensora de la eutanasia, se suicidó el 17 de agosto de 1935, dejando una nota en la que expresaba que elegía el cloroformo en lugar del cáncer y que moría de forma rápida y tranquila.

Charlotte Perkins Gilman sirvió de modelo para futuras generaciones de feministas debido a sus ideas y estilo de vida poco ortodoxos. De 1909 a 1916 fue la editora de su propia publicación feminista donde apareció la mayor parte de sus escritos. Algunas de sus obras son: “En este nuestro mundo” una colección de poemas satíricos de temas feministas; la novela utópica “El país de ellas”,  los libros “Las mujeres y la economía” en el que ataca la división tradicional de roles sociales, “El hogar, su trabajo e influencia” en el cual afirmó que las mujeres están oprimidas en sus casas y que el entorno en el que viven debe modificarse por su salud mental y “La religión del hombre y de la mujer” en la que concibió una religión libre de los dictados patriarcales opresores.

Aunque “El tapiz amarillo” no fue su primera obra ni la más extensa, sí es la más conocida, tal vez por lo inquietante que resulta porque es en parte autobiográfica. En este relato, Charlotte expresa claramente cómo la falta de autonomía de las mujeres va en detrimento de su salud mental, emocional e incluso física. “El tapiz amarillo” fue la respuesta al médico que intentó curarla de su depresión a través de una cura de descanso. Incluso le envió una copia al neurólogo. Cuando el relato se publicó por primera vez en la revista Nueva Inglaterra en 1891, un médico bostoniano protestó diciendo que esa historia no debería haberse escrito, pues era capaz de enloquecer a cualquiera que la leyera. Pero otro médico señaló que era “la mejor descripción de la locura temprana que jamás hubiera escuchado”.

Ante la insistencia de su público lector por conocer los motivos detrás del relato, la misma escritora declaró que su cura se debió a que regresó a trabajar; pues el trabajo es parte de la vida normal del ser humano y en él hay gozo, crecimiento y servicio. Y también aclaró que ella nunca sufrió alucinaciones respecto a la decoración de su pared y que supo de un caso en que la lectura de este relato había salvado a una mujer de un destino similar ya que su familia se alarmó ante su comportamiento y le permitió a la enferma salir y dedicarse a actividades normales, con lo que ésta se recuperó. Charlotte expresó que su intención al escribir “El tapiz amarillo” fue ayudar a superar la locura, no a generarla.

Charlotte Perkins Gilman sufrió desde joven períodos depresivos; pero en la época victoriana, la mujer era considerada histérica o nerviosa y no se le daba importancia a esta dolencia. La protagonista del relato “El tapiz amarillo” es una mujer presa de una gran tensión emocional, presumiblemente una depresión posparto. Además de lidiar con esta afección, es presa de los estereotipos de género comunes a todas las mujeres, que las limitan y censuran. A pesar de que este relato tiene más de 100 años de haber sido publicado, la condición de la mujer no ha cambiado mucho en todas partes. Esto está bien representado con la mujer del tapiz con muchas cabezas. En el relato se sugiere que han habido otras mujeres encerradas en la habitación del tapiz amarillo, condenadas al sedentarismo de la vida doméstica, a la monotonía y a la enajenación que supone moverse únicamente en el ámbito privado. Otras mujeres antes que ella mordieron la cama y arrancaron el papel tapiz, otras mujeres se arrastraron antes por la habitación ocasionando una marca en las paredes y otras mujeres lo seguirán haciendo, si no se logra romper con el sexismo.

La protagonista tiene tan interiorizados estos estereotipos que incluso dentro de su locura no se permite traspasarlos. Esto se puede notar cuando señala que no es bueno que la vean arrastrarse de día o cuando desiste de lanzarse por la ventana por la mala impresión que esto causaría. “El tapiz amarillo” no solo es un relato que produce miedo ante un comportamiento y sucesos anormales, sino que genera muchas otras reflexiones como que la sobreprotección incapacita, obliga a andar a gatas, que la maternidad no es instintiva ni para todas las mujeres y sobre el gran valor que tiene la sororidad, es decir la solidaridad entre mujeres para ayudarse a salir de los empapelados amarillos que las oprimen.

El tapiz amarillo

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