El abuelo y el repartidor de refresco

Mi nombre es Carlos Jiménez, soy de Guadalajara y quiero aportar un relato. En mayo de 1997 falleció mi abuelo paterno. Mis hermanos, mis papás y yo vivíamos con él.

Por el fallecimiento de mi abuelo vinieron más tíos que vivían en los Estados Unidos de América y en Puerto Vallarta para darle la última despedida.

Mi tío Pedro que venía de Los Ángeles fue a la casa a darse un baño para poder ir a la funeraria a estar con la familia. Al llegar a la casa después del sepelio nos percatamos de que mi tío no había cerrado la puerta y se quedó la casa abierta. Pero no faltaba nada y por suerte todo estaba en orden.

En ese tiempo mi mamá vendía cena: pozole, tacos dorados, sopes, enchiladas, etc. Para la venta de la cena mi mamá encargaba refresco de cola, un día llegaba un vendedor a levantar el pedido de lo que se requería y al día siguiente surtía el pedido de refresco solicitado.

Y ese día del sepelio tenía que pasar el vendedor que levantaba el pedido. Pero mis papás no le dieron mucha importancia ya que ellos ya tenían el acuerdo con el vendedor de que si pasaba les surtiera una dicha cantidad de rejas de refresco. Ya lo habían hecho así en otras ocasiones.

Sin embargo, al día siguiente, no surtieron el refresco y mi mamá me tuvo que mandar a la tienda a comprar para poder ofrecer a la venta.

Después mi mamá le reclamó al vendedor porque no le había levantado el pedido. Le reclamó que él ya sabía que cuando no estuviera nadie en casa, le tenía que pedir determinada cantidad de rejas de refrescos que ya habían acordado. A lo cual el señor contestó “es que la puerta de la casa estaba abierta, pregunté si había alguien y salió un señor a decirle que no pedirían nada”.

Mi mamá pensó que había sido mi tío que fue a la casa a bañarse y dejó la puerta abierta, pero mi tío estaba ahí presente y el vendedor le comentó que no había sido él, sino un señor más grande de edad. Dio las señas de la persona: alta, morena y de la tercera edad. Mi papá le enseñó el retrato de mi abuelo que acababa de fallecer. Y el vendedor respondió que ese señor había sido quien le dijo que no pedirían nada.

Cuando mi papá le contó que no había nadie en la casa porque todos estábamos en el sepelio de mi abuelo, que él vio, y que la puerta de la casa quedó abierta por el descuido de un tío, el señor vendedor se puso bien pálido y no lo podía creer.

Mi mamá me mandó a la tienda a comprarle un pan para el susto y ya que el señor se tranquilizó se retiró a seguir trabajando.

Dos días después, cuando tenía que volver el señor vendedor, ya era otra persona. Y cuando mi mamá le preguntó al nuevo repartidor qué había pasado con el otro señor, le contestó que aquel día solo había llegado a terminar su ruta y que renunció sin dar motivo alguno.


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