Por Juan Evelio Bustamante M.
Caracas, Venezuela.
Mi abuela fue una mujer muy caritativa, ayudaba a todo el que podía, nuestra casa fue siempre en mi infancia, lugar de reunión de los muchachos del barrio los cuales iban a nuestra casa a comer los dulces que casi a diario hacía mi abuela. Todos fueron creciendo y siempre mantuvieron el mismo agradecimiento por mi vieja, a la cual nunca dejaron de visitar, ya esta vez de adultos no para comer los dulces, sino para pedir consejos a la abuela, para contarle sus cosas, a lo cual ella siempre les tenía una respuesta y una palabra de ánimo. El señor Ramón era uno de esos muchachos, y siempre fue muy cercano a nuestra casa.
Hoy, 25 de julio, celebramos en Caracas 455 años de su fundación por el invasor español Diego de Lozada; la fundó con el nombre de Santiago de León de Caracas (Caracas porque así se llamaba la tribu aborigen que vivía en este valle), es una fiesta que jamás podré olvidar. Era 1967 y unos días después, el 29 de julio, un terremoto como nunca arrasaría con nuestra ciudad, pero ese día, el 25 de julio fue día de fiesta. Yo era apenas un niño de 10 años, pero lo recuerdo como si acabara de suceder. Nos encontrábamos sentados en la sala de nuestra casa, aproximadamente eran las cuatro de la tarde, viendo una serie de televisión de la época: El Zorro. Veíamos la serie y al terminar la abuela nos llamaba a cenar, era la costumbre, cenábamos a la seis de la tarde. Ese día tocaron a nuestra puerta, yo mismo me levanté apresurado para abrir y al hacerlo era ni más ni menos que el señor Ramón, a quien además todos conocían como “Cataco”, en alusión a un pez que se come en la región y que por cierto es muy sabroso (nunca supe por qué le dirían así). Al verlo y reconocerlo llamé a mi abuela, diciéndole: “abuela, el señor Ramón”. Ella vino y lo mandó a pasar adelante y luego de un saludo cordial, solo de palabras: “hola Ramón, ¿cómo estás? ¿y ese milagro? tenía días sin verte, ya te traigo café, y no te vas a ir aun, para que cenes con nosotros”. El señor Ramón respondió “sólo pasé a saludarla señora Albertina, ya me debo ir porque se me hace tarde y debo viajar”, saliendo de esa misma manera como había llegado, mi abuela y yo nos paramos en la puerta viendo al señor Ramón subir las escaleras que conducían hacia la calle, el volteó ya estando en la acera y se despidió con un adiós de su mano.
Pasó una media hora de esto, cuando ya estando cenando, tocan la puerta y al abrir era la señora Viena Añoli, tía del señor Ramón. Al verla mi abuela le dice “Carajo Viena, hace rato vino Ramón, está gordo ese gran carajo (“gran carajo” es una forma de expresar cariño o admiración por alguien muy usada en Caracas), a lo cual la señora Viena, viéndola con asombro le dice: “¡No puede ser, Albertina! Si precisamente vengo a decirte que Ramón falleció esta tarde, me acaban de avisar, falleció a las cuatro de la tarde en el hospital Vargas, tenía hospitalizado allí tres días, en coma, él se cayó de un andamio y quedó así en coma”. Todos nos quedamos callados, yo por supuesto sin entender aquello, y mi abuela tratando de que no nos afectara a mí y a mis cuatro hermanitos, ninguno de mis cuatro hermanos vio al señor llegar ni irse, ellos jamás se dieron cuenta de lo allí ocurrido, solo mi abuelita y yo.
Aparte de todo, mi abuela tenía ciertas habilidades psíquicas, veía el futuro. De repente ella se quedaba abstraída, como dormida con sus ojos abiertos, y en un momento reaccionaba y decía: “va a pasar tal cosa” y eso ocurría. Un caso muy sorprendente de la abuela fue sobre un amigo de nuestra familia, padrino de una de mis hermanas, el cual vivía en Barquisimeto, Estado Lara, su nombre era Santiago. El señor enfermó del corazón y tuvo que venir a Caracas a que se le colocara un marcapaso. Luego continuó con su vida normal, su esposa y él llegaron a nuestra casa permaneciendo en ella mientras lo operaban. Después de su recuperación, ya de alta, se regresó a su ciudad; distante a 400 kilómetros de Caracas.
Pasó el tiempo, y de vez en cuando regresaban para chequeos médicos rutinarios hasta que ya el señor Santiago dejó de venir. Ocho años más tarde, mi abuela una noche despertó sobresaltada, y recuerdo oírla decir: “algo pasó en Barquisimeto”. Al día siguiente decidió ir a visitar a los amigos en ese estado, nos fuimos ambos, yo era su toñeco (su compañero de viaje y salidas a todas partes).
Llegamos a esa ciudad en horas de la tarde, después de cinco horas de viaje, y nos dirigimos primeramente a la casa del señor Santiago. Íbamos llegando cuando nos encontramos en la calle, cerca de la casa del viejo amigo, a uno de sus hijos, José, quien estudiaba medicina. Se alegró inmensamente al vernos y nos abrazó a ambos con especial afecto, a lo que mi abuela le dice: “¿cómo están todos? decidí venirme a visitar al fin, y cuéntame ¿cómo está el viejo malagradecido ese de tu padre que ni siquiera nos llama para saludar?” José, con una cara de sorpresa e incredulidad le respondió: “señora Albertina ¿cómo así? ¿no me diga usted que no recuerda que mi papá falleció hace un mes? Si usted estuvo en mi casa toda la noche en su velorio”.
Mi abuela guardó silencio, al llegar a la casa acompañadas por José, todos la abrazaron con cariño, nos ofrecieron comida y café, y nuevamente vino el tema. Una de las hijas del señor Santiago le agradeció el haber venido a acompañarlas en el velorio, y que habían quedado muy preocupadas porque con el trajín del velatorio no les dio tiempo de atenderla como era debido y no se percataron de la hora en que se había retirado.
Eso lo presencié yo mismo, y lo oí, al lado de mi vieja. Nos quedamos dos días allí, y luego regresamos a Caracas. Mi abuela jamás viajó a ese velorio, ni siquiera habíamos sabido que el señor Santiago había fallecido, pero a ella toda la familia del difunto la vio esa noche en esa casa, dándoles el pésame a todos. Quizás este hecho responda a la pregunta del por qué Ramón habría ido a visitar a mi abuela en vez de ir a visitar a algunos de sus parientes más cercanos. Creo que debido a los poderes que la abuela tenía. Uno de ellos el de estar en dos lugares al mismo tiempo.