El tercer Jinete

Relato original de Alejandro Velasco

“El ruido, Dios mío el ruido. Es insoportable, terriblemente angustiante y su hórrido crujir titánico solo alimenta la cruel incertidumbre en la que nos tiene sumidos. Lo único más horroroso, es el hambre…”

Fragmento tomado del testimonio anónimo de un ciudadano en Parrice. Fuente: Diario Parrice Examiner Post “Pánico en las calles: Tercer día de asedio” 22 de abril de 1968.
Abril 22, 1968

Pescadores veteranos me aseguraron que no habían visto una tempestad así antes. El mar fue la primera señal, o por lo menos es lo que se declara en los diarios. Un servidor (así como otros miles de habitantes en Parrice) se lo atribuye a lo primeramente citado en la pequeña fracción de testimonio, dada por un religioso entrado en años, “Lo único más horroroso, es el hambre…”

Esa, fue la apertura, la entrada a este desfile de acontecimientos. Hambre.
El desagradable olor que venía del mar, era algo sin precedentes, este se asemeja muchísimo al tufo que viene de la carne putrefacta, pero venía aderezado con un toque ácido y nocivo, que lo hacía casi tóxico. El pescado en los alrededores, se vio terriblemente afectado en su ecosistema, el elemento principal de nuestra dieta isleña se cobró la vida de diecisiete personas, nadie dudó de la culpabilidad del aroma nauseabundo que ahora estaba en toda la isla.

Ciertamente, Parrice, se encontraba ya en un lío preocupante, y lejos de culpar a políticos indiferentes, radioactividad que llegó de pronto o amistades internacionales fracturadas, me tomo el atrevimiento de poner la responsabilidad del actual estado de nuestra isla, en manos (si estás existieran) del objeto que ahora levita en la cercanía de nuestras costas, corrompiendo nuestros pacíficos mares. Pues si bien, esto apareció apenas, su aspecto denota vileza y extraña maldad.

Aquello arribó de forma ladina e inteligente, lo que solo hace más horrenda la expectativa, más difícil de imaginar el alcance de su influencia. Pues sin duda, oculta un ominoso origen, y un propósito que ya hace mucho se dejó claro: aniquilarnos.

Abril 23, 1968

Ni más ni menos. Aquel objeto trajo consigo esta aura de muerte, que este testimonio no pervierta la belleza de nuestro hogar, no permitan que la sombra de este masacote metálico les haga olvidar la prosperidad de nuestra isla, la belleza de sus playas y solemnidad en sus callejuelas. La hambruna jamás habría figurado en las crisis a enfrentar de nuestra población ¿cómo podría? ¿2,605 habitantes no podrían hallar su salida de una roca agonizante? Parrice, destino paradisiaco devenido en la butaca en primera fila para presenciar el fin de los tiempos. Aquella cosa nos mantiene aquí nos desconectó del resto del mundo y nos privó del alimento primario en nuestro estilo de vida.

Nuestro ejecutor, el portador de la peste, no es visita nueva en nuestro planeta, mi investigación arroja los primeros avistamientos en 1957, un satélite “natural”, amorfo y gigantesco, inspeccionando de polo a polo nuestro hogar. Aún con ese aspecto ¿quién podría prever semejante resultado?

El día jueves 19 de abril del presente año, a tres meses de la crisis de pesca en Parrice y dos días más tarde de la pérdida de comunicación con el mundo exterior, a causa del clima intempestivamente furioso, lo que a principio parecía un meteoro del tamaño de una embarcación militar, y más tarde un artefacto bélico de origen ruso, detuvo su precipitada caída a la superficie terrestre diez metros antes de sumergirse en el mar. Aquello no es similar a nada que haya visto, se asemeja a una gigantesca garra, negra y brillante, un abultado obelisco con relieves incomprensibles.

Dos horas más tarde, inmóvil sobre las aguas, del objeto emergió un sonido estridente. Uno que nadie en la isla pudo interpretar a causa de su volumen enloquecedor. Éste fracturó los cristales de la ciudad, arrancó la vida de dos personas al detener su corazón y destrozó los tímpanos de varios cientos. El espectacular arribo del objeto, fue presidido con narices sangrantes y desmayos por toda la isla.

Con la determinación de paliar el mayor número de víctimas, las autoridades, desesperadas, aullaron a las multitudes que se alejaran lo más posible de aquel objeto, no hubo planes, no hubo orden. El pánico fue colectivo.
Una muchedumbre se agolpaba al otro extremo de la isla, como barriles sin amarre en una embarcación, al mismo tiempo que se hacía sonar la alarma de desastres marítimos.

Al cundir la calma un poco, se formó un pequeño comité, conformado por las autoridades locales, y los patriarcas de Parrice. Todos nos encontrábamos a la espera de una resolución. El miedo estaba en todas las miradas, pero nosotros depositamos el nuestro en ellos. Es lo más humano, imaginar que todos estábamos en la misma situación y que éramos tan solo un montón de hormigas en un montículo de tierra a punto de colapsar, resultaba algo insoportable. El hambre, ya había golpeado nuestro ánimo ferozmente, ya había hecho en nosotros más daño que aquel espantoso sonido. Entendí que la hambruna fue la preparación.
El preludio a nuestro jinete.

Abril 24, 1968

Lanzaremos una botella de cristal al mar, una pequeña embarcación saldrá de Parrice con destino a Berck, ésta se encuentra a unas horas en bote. Se trataba de un pueblo apenas más glorificado que nuestra isla, pero por lo menos, unido a un montón de tierra más grande. La gente aquí es humilde, es un bello lugar, pero demasiado arraigado a sus costumbres, es raro que alguien vaya fuera, salvo por comerciantes y figuras importantes para la población. Solo unos cuantos hombres se anotaron para la llamada de auxilio. Ya allí, nuestros héroes se encargarán de organizar un pequeño éxodo hacia la civilización.

Zarparon por la mañana, antes del último grito de aquello. Esta tercera ocasión, nos permitió interpretar de mejor manera lo que escuchábamos, era un sonido cargado de aire, metálico y al mismo tiempo, un crujir poderoso, como si abriera la tierra en el fondo del océano. Esta vez estábamos un poco más preparados, nos tomó por sorpresa, sí, pero también con esperanza.

Abril 26, 1968

Al amanecer, todos nos percatamos del acercamiento del objeto, era más grande de lo que imaginamos, podrían tener el tamaño de dos, o hasta de cuatro embarcaciones juntas. Era enorme, y su agenda de hoy, nos arrancó las ganas de buscar respuestas acercándonos.

El cielo, que exhibía su tono más tétrico de gris, comenzó a colapsar, o eso habríamos jurado, pues comenzaron a tener lugar potentes estruendos. Aquello volvió a gritar, y del interior de su estructura comenzó a caer un líquido rojizo, oscuro y aceitoso. Contaminó casi en su totalidad nuestras aguas, y emitía un olor nauseabundo. Muchos vomitaron, otros volvieron a correr. Su purga terminó dos horas después, con otro estruendo.

Era el mismo aroma, ese que contaminó a nuestros peces y envenenó nuestras aguas. Mirar al mar suponía un suplicio aterrador, pues el agua se había tornado carmesí, y el olor que despedía era espantoso.

Miramos con creciente temor a nuestros líderes. Ellos, sin poder hacer más pues, pobres hombres, esto escapaba y por mucho, a lo que su imaginación era capaz de engendrar como el peor escenario posible, a lo que la imaginación del más lunático hombre en toda Francia era capaz de imaginar, solo atinaron a pedirnos paciencia, pues la ayuda llegaría tarde o temprano.

Sus héroes jamás volvieron, preferimos callar ante este hecho, pues si bien, daba para pensar lo peor de estos hombres, la verdad es que en el fondo lo sabíamos, ni siquiera alcanzaron a ver el puerto de Berck. La inclemencia de estas aguas, ahora desconocidas, les habían cobrado alto peaje por tratar de huir de la copa. La copa de la ira.

No era más Parrice, estamos pues, en Patmos, y presenciaremos el derramamiento de la copa, llena de ira, dedicada a mil generaciones tras nosotros. Uno pensaría que vendría en un caballo de carne y hueso, no en un errante objeto que vino de las inexorables profundidades del cosmos.

Abril 30, 1968

Un grupo de veteranos y yo, hablamos largamente sobre esto, es raro, el temor no nos mantiene lejos del tema, lo hace la esperanza en que esto termine, o por lo menos lo hacía.
Hablamos de la posibilidad de que esto esté sucediendo en todo el globo. Quién sabe, tal vez el mundo civilizado no exista más, y sus sobrevivientes se hallan adorando a su propio Jinete.

Esta tarde algo nos contempló, en la cima del objeto, una figura extraña de aspecto imposible. Incomprensible, pero real, todos lo vimos. Sus movimientos eran orgánicos, se trata de un ser ajeno a nosotros, y a todo lo que conocemos.
Algunas mujeres gritaron, otros, solo le devolvimos una mirada de temeroso asombro. Solo el viejo religioso del periódico, un tal Wallace, se encontraba en el tejado de una de las casas, riendo de forma lunática.

Estos sucesos llevan consigo adjunta una palabra clave: ambivalencia.
Escribí esto a forma de crónica, o esa fue la intención en primera instancia. Deseaba verlo publicado en el Diario de Parrice e importado a todo el continente con la explicación lógica del suceso al final del escrito. Pero eso no sucederá, ¿cierto?

¿Por qué ambivalencia? Simple. Estamos frente al temible amanecer del ser supremo frente a nuestros ojos, con la forma de una criatura que escapa a nuestro entendimiento. Un ser de poder desconocido, una aberración de las estrellas o nos encontramos pues, en Armageddon. Eso me gusta, prefiero perecer al ritmo de una profecía, que en la fría incertidumbre, mirando a los ojos a lo desconocido. En las manos de un colonizador estelar.
Espero que esto se encuentre, y Parrice sea recordado como la primicia de la nueva era.

“Cuando abrió el tercer sello, oí al tercer ser viviente, que decía: Ven y mira. Y miré, y he aquí un caballo negro…”

“…porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?”


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