Mi nombre es Luis Ángel, hace algunos años, justamente durante la visita del Papa Benedicto XVI a México, previo a Semana Santa, lo recuerdo bien, nos encontrábamos en la clínica del IMSS de La Loma, en la ciudad de Tlaxcala. Teníamos a mi abuelo internado debido a una fibrosis pulmonar por tantos años trabajando como obrero textil en Santa Ana, Chiautempan, Cuna del Sarape. Cuando mi abuelo entró al hospital le asignaron un área compartida, con otras personas con diferentes enfermedades. Sin embargo, como su situación le causaba mucha tos, los doctores llegaron a sospechar que podría tratarse de Influenza H1N1, hace apenas unos años México había padecido una “pandemia”, palabra que hoy en día se nos hace muy común, pero en ese entonces era desconocida. Por lo tanto, nos asignaron una habitación individual para la atención de mi abuelo y por los cuidados que se tendrían hacia él, nos permitieron el acceso a dos familiares.
En una ocasión, acompañando a mi madre en su guardia nocturna, en horas de la madrugada, nos encontrábamos sentados en una silla individual, de esas que todo el tiempo uno se está resbalando. Estábamos a poco más de un metro de distancia, muy al pendiente de que la oxigenación no bajara a un nivel crítico y que tuviéramos que llamar a algún médico. Estando sentados, con el cuarto oscuro, iluminados únicamente por los aparatos médicos de monitor, sentimos claramente como si unos dedos nos estuvieran dando un masaje. Claramente sentimos unos dedos en las pantorrillas. Fue cosa de unos cinco segundos. En cuanto reaccionamos ambos volteamos a mirarnos desconcertados. Le pregunté: ¿qué pasó? Mi madre respondió: ¿sentiste? Los dos nos quedamos callados y preferimos concentrarnos en lo que teníamos que vigilar.
Al amanecer, un tío nos hizo el cambio y nos fuimos a casa de mis abuelos en donde la demás familia nos esperaba para compartirles cómo se encontraba mi abuelo. Durante el desayuno, llegó uno de mis tíos a quien le tocaría estar esa noche. Nos saludó y durante la plática comentó: “dicen que en ese hospital los médicos tienen miedo de dormirse solos porque por la noche cuando se duermen sienten que alguien les da masajes en los pies”.
Nosotros nos quedamos en silencio con tal de que nadie se desanimara a ir.
Ya después se lo comentamos a todos.
3 respuestas a “Fantasma de compañía en el hospital”
Hola: calladitos nos vemos más bonitos.
Ha de haber sido un fantasma masajista!
Saludos cordiales y gracias por compartir!
¡Qué fuerte!
Creo que un masaje de pies no es de despreciarse.