Seres de oscuridad

Por Mari

“¡Audhu Billahi mina-Shaitan-ir-Rajeem!”

Quiero confesarles que siempre fui la “rara” de la familia. De muy pequeña solía oír de noche extraños ruidos en la cocina, como si alguien estuviera trajinando allí, puertas que se cerraban, cajones que se abrían y cerraban, ruidos de ollas, etc. La primera vez que lo comenté me dijeron que quizás lo había soñado, y que dejara de fastidiar. Nunca más volví a mencionar nada, pero los ruidos continuaron aun cuando yo sabía que todos dormían; además por el rabillo del ojo veía como si alguien hubiera pasado cerca (cosa que todavía me ocurre).  Aprendí a sobrellevarlo.

El tiempo fue pasando, crecí y contraje matrimonio. A los dos años de habernos casado, por razones laborales de mi esposo, viajamos a Venezuela, más precisamente a Puerto La Cruz, acompañados de nuestra hija de solo seis meses de edad. Una vez instalados en nuestro nuevo hogar todo era maravilloso, por primera vez estábamos los tres solos, lejos de la influencia familiar, éramos realmente muy felices. Mi esposo se iba al trabajo a las 7:30 de la mañana y regresaba alrededor de las ocho de la noche, a veces yo solía ir a esperarlo, junto con la niña a la costanera y allí nos quedábamos viendo el atardecer en el mar, hasta que mi esposo se reunía con nosotros. Todo era idílico.

Hasta que llegó el desastre; el cuarto de la niña en la casa tenía una pequeña ventana que daba hacia la cocina, al llegar la noche la alimentaba y luego la preparaba para dormir, luego yo tenía un tiempo hasta la llegada de mi esposo, pero ocurría que cuando yo comenzaba a preparar la cena, sin motivo alguno, la beba se ponía a llorar desconsoladamente.

Yo dejaba todo e iba apresuradamente a su cuarto, la mimaba un poco y volvía a dormirse. Eso fue pasando durante varios días seguidos. Una noche, en que no tenía que preparar nada, dado que mi esposo llevaría la cena, me senté en la mesa, mirando hacia la ventana. Y para mi terror, veo una sombra que pasa por delante hacia la camita de mi hija, yo estaba petrificada, inmediatamente la niña soltó el llanto, corrí a su cuarto y no había nadie, excepto mi hija. Al rato llega mi esposo, yo estaba con la niña en brazos, y llorando le conté lo que había pasado, él me miró escéptico y no dijo nada.

Al día siguiente, él no trabajaba, así que pasamos el día juntos en la casa sin mencionar el incidente de la noche anterior. Hicimos nuestras oraciones (profesamos la fe musulmana), y por la noche, luego de acostar a la niña, nos quedamos conversando de cosas superficiales. De repente veo que mi esposo se queda callado y su rostro se cubre de sudor adquiriendo una tonalidad pálida en extremo, yo sabía lo que había ocurrido, así que solo le dije ¿por qué no me creíste?

Fue inmediatamente a buscar a la beba y supe instintivamente que debía hacer algo, aunque no sabía qué. Al otro día, por la noche acuesto a la niña y extiendo la alfombra de rezo y comienzo a decir mis oraciones de la noche. Mientras las hacía, sentía que me observaban así que al terminar me di vuelta, y a pesar de que no veía nada, igual sentía una presencia, y con un valor que ignoraba que poseía le dije con voz fuerte y firme: “Si eres una criatura que obedece y adora a Dios eres bienvenida, pero si no eres eso, te conmino a que te retires en este instante, en el Nombre del Altísimo te prohíbo que te acerques a esta niña, pues ella pertenece a Dios y te expulso para siempre de este lugar, si no me obedeces clamaré al cielo para que Ángeles y Potestades te devuelvan al sitio al cual perteneces”.

A partir de ese día todo fue tranquilidad y al poco tiempo decidimos regresar a Chile.

El otro hecho que me marcó, y que aún me da vueltas en la cabeza es algo que me ocurrió hace poco más de un año, fue a fines del 2020, en plena pandemia, estábamos la familia en cuarentena dado que los contagios eran excesivos y todo el mundo nos manejábamos a través de internet. Por ese entonces nos habíamos radicado en el sur de Chile en una zona rural.  Una noche calurosa estábamos ya todos durmiendo, cerca de las tres de la mañana, siento entonces que caigo al piso.

Asustada y sin saber qué pasaba, abro los ojos y siento que estoy siendo arrastrada, yo iba boca abajo y levanto la cabeza y veo que en la pared hay como una gran fisura y de allí unos seres grises, de brazos largos, piel helada, sin pelo en la cabeza y grandes ojos negros tratan de meterme en esa fisura junto con ellos. El pánico me ganó y comencé a luchar, estiro el brazo izquierdo con el afán de tratar de agarrar de alguna manera a mi esposo, me aferro a su pierna, o lo que yo pensaba que era su pierna y al sentirla totalmente helada, levanto la cabeza y lo veo, arropado y durmiendo, en el otro extremo de la cama; miro otra vez y veo que la pierna a la cual yo me aferraba era la mía, yo yacía acostada boca arriba y con los brazos a los lados, junto al torso, y pensé: ¡estoy muerta! Comencé a luchar con más energía y entonces grité: “Audhu Billahi mina-Shaitan-ir-Rajeem”(busco refugio en Allah, de Satanás el maldito).

Entonces me soltaron, enojados, se retiran y la grieta se cierra.  Me incorporo adolorida y regreso a mi cuerpo, abro los ojos y no pude volver a dormir más, por la mañana se lo comento a mi esposo y solo me dijo que podría haber sido parálisis del sueño. Pero yo me podía mover, además vi mi cuerpo sin mi esencia, el cuarto tal cual lo tenemos. Me pregunto qué es lo que me pasó, reflexiono mucho sobre ello, pero no tengo respuestas.


5 respuestas a “Seres de oscuridad”

  1. Dos experiencias duras. No sé qué decirte, tuvo que ser terrible ver como estás fuera de tu cuerpo y te querían llevar. Espero que las cosas estén más tranquilas y no te haya pasado nada más.

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