El profeta de Napoleón Bonaparte

Poco se conoce acerca de un solitario y silencioso fraile de la Francia del siglo XVIII, salvo que sus profecías resultaban ser no solo certeras sino terribles, no es Nostradamus, pero sus vaticinios quizá fueron más certeros y claros.

El nombre de aquel fraile era Bonaventure Guyon o Bonaventure Guillonne, no hay registro de una tumba y muy poco se conoce de este misterioso individuo nacido en algún momento de 1720 en la Francia de los Luises. Se habría convertido en monje trapense de la más estricta regla. Ingresado en el monasterio de la Trapa, pasaría sus primeros años siendo totalmente anónimo. Pero siendo un destacado estudioso, en algún momento antes de 1745 fue transferido a la abadía de Lagny, en calidad de Prior, siendo aún joven aquello levantó revuelo. Sobre todo, por el hecho de que la orden venía del mismísimo Papa de la Iglesia Católica.

El porqué de tal orden es un misterio y no se conserva ningún indicio de aquella bula, salvo lo que se ha contado con el paso de los años. Pero algo había en aquel monje que había atraído la atención del Papa hasta el punto de nombrarlo Prior.

Pronto comenzaría una etapa diferente de su vida ya que estando en Lagny, le fueron proporcionados extraños textos antiguos en latín, muchos de los cuales pertenecían a la Kabalah judía. Se cree que, a partir de esto, su extraña habilidad de conocer el futuro se haría un proceso sistemático, una especie de cálculo más que una adivinación. Aquello terminaría llevándolo a convertirse en el adivino de las altas autoridades de la iglesia de Francia en aquel entonces.

Él no se nombraba astrólogo, sino “estudioso de la matemática celeste” desarrollando a partir de aquel momento toda una técnica basada en los números, fechas de nacimiento, lugares, horas, así como eventos trascendentes de las personas. Con ellos era capaz de calcular fechas y eventos para las personas.

Por supuesto, un vaticinio de buena suerte siempre es bienvenido, pero un auguro funesto generalmente trae consigo calamidades interminables para el agorero. Y tal fue el caso, Buenaventura sería consultado acerca de la realeza, siendo enfático en que la muerte de Luis XV se avecinaba y que moriría en 1774, profetizado esto unos 10 años antes de que ocurriera. Sin embargo, cuando ocurrió, aquello llevó a que se pusiera más atención a los vaticinios de Buenaventura. Hubo numerosas consultas, pero una en particular le llevaría a vivir la mala suerte propia de quien da una profecía funesta.

En 1780 fue consultado nuevamente, esta vez acerca del Rey Luis XVI, sucesor del fallecido Luis XV. Su augurio no pudo ser peor. A decir de Buenaventura, Luis XVI encontraría la muerte antes de cumplir los 40 años, y sería por ejecución, perdiendo la cabeza. Semejante declaración lo llevaría a ser retirado del cargo de Prior y enviado a la prisión de la Bastilla dónde pasaría los siguientes 15 años, convertido en un anciano frágil y desvalido. Sin embargo, lo que es un hecho es que Luis XVI murió antes de cumplir los 40 años, siendo ejecutado en la guillotina junto con su esposa y parte de su descendencia.

Tras la revolución francesa y el periodo llamado del “Terror”, Buenaventura fue liberado y abandonado en París. La vieja abadía de Lagny ya no estaba en poder de la iglesia y al no tener otra fuente de ingresos, se convirtió en adivino, vendiendo consultas bajo el título de “estudioso de las matemáticas celestes”.

Sería en 1796 cuando Buenaventura se toparía en la puerta de su casa con un joven militar corzo, de apariencia decidida y mirada firme quien preguntó al anciano agorero si le podría decir su futuro. Cuál sería la sorpresa del joven militar al escuchar la siguiente frase: “pase usted General Bonaparte, lo estaba esperando”.

Retrato de Napoléon en su gabinete de trabajo, autor: Jacques-Louis David.

A partir de ese momento, la fortuna de Napoleón no dejaría de brillar: la campaña de Italia, la toma de Egipto, las numerosas batallas dramáticamente ganadas, siempre tras consultar a su viejo amigo, quien por cierto, se convertiría en un residente de las Tullerías, en donde pronto se volvería bibliotecario y encargado del archivo egipcio. Su mayor vaticinio había sido dado exactamente en 1800, cuando informó a Napoleón que cuatro años después sería nombrado Emperador de Francia, noticia que premió ampliamente, aunque Buenaventura no lo celebró tanto, ya que la siguiente noticia le costaría volver a la ruina. En el vaticinio pedido por Napoleón, apareció sin lugar a dudas que el Emperador de Francia sería vencido, que su ejército sería diezmado y que él moriría en un lugar alejado y solo. Señalando como fecha del inicio de su caída 1808.

Buenaventura fue expulsado de las Tullerías y seguramente habrá terminado sus días en una posada de mala muerte y su cuerpo habría sido arrojado a las catacumbas, sin una tumba clara. Aunque también hay una versión que asegura que Buenaventura habría encontrado el secreto para romper aquel vaticinio funesto y en un esfuerzo supremo habría intentado llegar a Napoléon la noche del 20 de marzo de 1804 cabalgando con una capa roja, pero siendo confundido con un maleante, los guardias habrían disparado hiriéndolo de muerte sin que pudiera dar aquella información, condenando a Napoleón a que su augurio funesto se cumpliera.

Es difícil saber hasta qué punto, puede ser real esta historia o no, los informes del caso provienen en general de textos escritos a finales del siglo XIX y algunos otros del siglo XX, pero es una historia por demás intrigante.


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