El sarcófago de la catedral metropolitana

Leyenda de la Ciudad de México

Se cuenta que la catedral metropolitana de la Ciudad de México encierra un secreto, un terrible secreto.  Y que, en sus cimientos, oculto a toda vista y todo contacto, se encuentra un gran sarcófago de mármol, protegido por gruesas capas de concreto que impiden que se abra.

¿Es cierto esto?  ¿Existe tal cosa o es un invento contemporáneo, una especie de bulo del internet?

La leyenda

Históricamente, la primera catedral de la Nueva España se empezó a construir en 1524 por órdenes del conquistador Hernán Cortés y bajo el obispado de Fray Juan de Zumárraga, y se escogió como lugar para su construcción el sitio donde se encontraba el templo mayor azteca, que era el lugar de los grandes sacrificios rituales.

El templo mayor no era un edificio, sino un conjunto enorme de edificios monumentales que incluían entre otros, el sitio de los sacrificios humanos, especialmente el de las cardiotomías, es decir las extracciones rituales del corazón para fines ceremoniales.  Y no hablamos de uno o dos sacrificios, sino de cifras increíbles como 80,000 personas sacrificadas en un mismo ceremonial que duró apenas cuatro días.

Con la finalidad de demostrar la total dominación, se optó por construir la iglesia en este lugar, la cual estuvo terminada hasta 1534, una iglesia relativamente pequeña y sencilla. Con el paso del tiempo, se hacía menester una iglesia más grande, más apta para alojar a todas las personas conversas y que diera idea del verdadero poder de la iglesia. Así fue como se inició la construcción de la gran catedral metropolitana en 1574.  Esto llevaría muchísimo tiempo y una gran complejidad, el suelo debajo de la catedral no era otra cosa que fango, los antiguos templos estaban desplantados sobre los rellenos del antiguo lago, y por consiguiente, no soportarían el peso de la nueva catedral, por ello tomó tanto tiempo terminarla y no sería sino hasta 1675 que se puede considerar terminada en parte.

El problema además sumaba las continuas inundaciones de la gran ciudad que afectaban nuevamente el suelo, haciendo que el material se hinchara y levantara las losas del suelo, provocando un enorme daño a la construcción.

En 1629 otra inundación provocó de nuevo daños en la catedral, los frailes que custodiaban el lugar y que habitaban en la sacristía y en los improvisados techos del convento, recorrieron el área principal para evaluar los daños, todo estaba cubierto de fango, de grandes cantidades de lodo apestoso y agua.

Caminar ahí era complicado, pero tenían que ver los daños para informar al obispo en turno.  Esto los llevó a recorrer los pasillos y el ala central. Hasta que de pronto y medio hundido en el lodo, apareció aquel extraño sarcófago blanco. Era una enorme caja de piedra y al revisarlo, no encontraron inscripción alguna, no indicaba si se trataba de un enterramiento o de un tesoro escondido. Se limpió la superficie cuidadosamente hasta dejarla libre del barro. Pero aun así no se encuentra ninguna señal de lo que aquello podría contener.

Ante tal situación, a los frailes se les ocurrió hacer un croquis del lugar donde había sido hallado, de tal forma que posteriormente pudieran buscar la lápida de esa tumba. En ese entonces, los funcionarios y las personalidades de alcurnia, solían ser sepultados en el interior de la propia iglesia, quizá se trataba de alguno de ellos.

Uno de los frailes acomedidamente se sentó sobre el sarcófago aquel y comenzó a dibujar. Terminado lo cual, se levantó y fue a buscar al superior para entregar aquello. El superior se dio cuenta que el hábito del monje tenía un trozo faltante, era extraño, ¿se habría atorado en algún sitio? Pero aquel monje relató que mientras estaba sentado sintió un ligero jalón en las ropas.

Al revisar el sarcófago se percataron que había un pequeño agujero, no muy grande en realidad, más pudiera considerarse una rajadura y no un agujero, ¿permitiría aquello que un ratón estuviera dentro?

Uno de los frailes hizo una prueba, tomó una partitura cercana, la enrolló y la introdujo en la grieta, quizá el ratón se acercaría a roerla, pero en cambio, sintió un jalón de tal fuerza que la hoja completa saltó de sus manos y se perdió en la oscuridad de aquel sarcófago. No podría ser un ratón el que hubiera propinado semejante tirón al papel.  Es entonces cuando uno de los frailes mayores optó por echar un vistazo, armado con una vela encendida, la acercó a la grieta y se asomó para ver el interior.  No estuvo ahí mucho tiempo pues apenas segundos después y con el rostro lívido de horror cayó al piso gritando: “¡Dios mío, Dios mío…!”

Aquel fraile no podría relatar lo visto, entró en tal estado de espanto que solo acertaba a decir que aquello era horrendo, algo como nunca había visto. En atención a semejante abominación, los frailes hicieron venir al santo oficio: la Inquisición, quienes se encargarían de decidir qué era aquello.

Asunto nada fácil ciertamente, primero había que abrir aquello, segundo, exorcizar lo que ahí hubiera y devolverlo al infierno.  Reunidos allí, al menos cuatro frailes dominicos de la Inquisición y un par de frailes franciscanos junto a dos albañiles, intentaron abrir aquello. Tarea nada fácil ya que la tapa parecía más bien formar parte del mismo cajón. Finalmente, y con un crujido extraño, aquella tapa cedió y tras de sí, hubo un viento terrible y un sonido aterrador. Las velas que iluminaban el área se apagaron al mismo tiempo y una enorme oscuridad reinó sobre aquel espacio.

Cuando los demás frailes se acercaron a ver qué ocurría se toparon con una escena terrible: los dominicos al igual que los albañiles y los dos franciscanos estaban muertos. Horribles expresiones se dibujaban en sus rostros, no se veían heridas superficiales, ni nada que pudiera delatar la causa de su muerte, salvo el propio miedo.

En el interior del sarcófago fueron encontrados la partitura y el fragmento del hábito del monje dibujante.

En 1935 se realizaron obras de mantenimiento y mejora de cimentación. Se hicieron trabajos de excavación para rellenar oquedades del suelo y al hacerlo, los trabajadores encontraron aquella caja nuevamente. Nadie sabía la historia, nadie nunca había oído hablar de esto, ni de cómo habría llegado el sarcófago ahí. Pero esta vez, sobre de la caja y cuidadosamente protegido dentro de un contenedor, estaba un escrito narrando la historia de 1629 y sobre la caja una extraña leyenda: “Ibi Cubavit Lamia” que traducido del latín antiguo al español, quiere decir: “Aquí yace una lamia”.

Imagen de una Lamia.

Aparentemente, aquel ser había sido devuelto a su encierro, no se sabe cómo, el documento hallado no explicaba la forma en que lo habían logrado; pero sin duda, lo habían hecho antes de concluir la construcción de la catedral, dejándole ahí enterrado.

Los constructores que lo hallaron en 1935, respetuosamente volvieron a dejarlo en su lugar, rellenando con concreto su contorno, con la idea de que aquello nunca deberá ser liberado de nuevo.

La realidad

En efecto la catedral metropolitana fue construida sobre los restos del antiguo templo mayor, es un hecho que se ubicó sobre las antiguas construcciones utilizadas para sacrificios rituales humanos. También lo es que el avance de la construcción se vio repetidamente afectado por fenómenos como inundaciones, peste, hambre y todo tipo de calamidades que arrasaban a la población y a los trabajadores de la construcción.

Se sabe que este lugar ha sido marcado repetidamente por la muerte y que, durante años, la catedral ha estado repleta de fenómenos paranormales de lo más variado.

Pero en realidad no hay ningún dato que indique la presencia como lo descrito, de hecho, la única fuente de este relato es una revista conocida como “Tradiciones y leyendas de la Colonia”, la cual publicaba semanalmente relatos ilustrados que presentaba como casos reales.  En su número 101 con fecha del 22 de mayo de 1965, relató este caso.

Revista “Tradiciones y leyendas de la colonia”

Sin embargo, este texto no es la fuente primaria, ya que el relato original del que deriva fue el relato de M.R. James titulado “Un episodio en la historia de una catedral” (An Episode of Cathedral History) que fue publicado en 1914 y el cual conserva prácticamente la misma historia, el mismo hilo conductor y hasta la misma frase: “Ibi cubavit Lamia”. Pero ubica el relato en la catedral de Southminster en 1840.

Conclusión

Así que no, no hay ninguna Lamia dentro de la catedral y este es un gran relato, pero no de un autor mexicano ni de una revista mexicana sino una adaptación de un relato inglés de 1914.

Y por supuesto, hay muchas variantes, algunas ubican la historia en Oaxaca, México y otros en Chihuahua, la revista Fate publicó un artículo que presentaba este caso como verídico en septiembre de 1977, sin siquiera tener en cuenta que el relato había sido publicado 12 años antes en un pasquín mexicano y copiándolo (con algunos cambios) del relato original de James.


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